05/07/2012 08:35:24 - Xalapa, Ver. por Miguel Ángel Sánchez de Armas
La violencia es un dato creciente que ha multiplicado los
expedientes judiciales en el país, pero los legajos duermen en las oficinas de
un aparato de justicia empantanado por la sobrecarga, esclerosado por la
insuficiencia de personal competente y disminuido por la corrupción. Sin
embargo, no pasa día sin que los medios anuncien la captura de “operadores
financieros”, “jefes de plaza” de éste o aquél cartel, capos de escurridizas
bandas criminales, autores materiales de sonados asesinatos, y una larga
relación de facinerosos cuya aprehensión, sin embargo, no se refleja en una
baja en los índices de criminalidad.
Y nunca falta que los presuntos responsables aparezcan
rodeados de robustos agentes en uniforme swat team y entre aeronaves y
vehículos de última generación en escenarios diseñados para infundir en la
audiencia la sensación de que contamos con una poderosa fuerza de lucha
anticrimen… aunque el dato del 95% de impunidad siga ahí, inamovible.
Esto es porque sólo se da prioridad a los casos “de alto
perfil” -como se les nombra en el ambiente político- porque son los que dan
“buena o mala prensa”. Es decir, los que tienen repercusiones en los medios
informativos y de los que está atenta la opinión pública.
Las víctimas del 95%, las que nadie nombra, los rostros
olvidados, las muertes que nunca se mencionan en un periódico o en un
noticiario de televisión y ni siquiera en las redes sociales, son mártires de
una doble agresión: de la violencia y de la falta de justicia. Pareciera que en
México vivimos un síndrome Genovese colectivo que los mercadólogos oficiales se
empeñan en negar con las más depuradas técnicas del merchandising social,
aunque el producto tras el deslumbrante empaque resulte un fraude, como se vio
con el “hijo” del Chapo Guzmán.
¿Y a qué viene esta deshilvanada disquisición forense? A que
me parece una contradicción que viviendo en un clima de violencia que nos
regala a diario escenas dantescas, haya tal predilección por las series
policiacas. Quizá sea por todos aquellos que nunca serán “famosos”, pero cuyas
muertes lastiman no sólo a sus familiares directos sino a la sociedad, al
vecino, al que vive en la misma ciudad, en la misma colonia; al conocido que
acudía a la misma escuela, al colega y a los hombres y mujeres de la calle, que
identifican los episodios trágicos con la representación de las historias
imaginarias de violencia, muerte, investigación y búsqueda de los culpables
como las que se abordan en las series policiacas y condensan en ellas una parte
del ansia de justicia que palpita entre la ciudadanía.
A diferencia de lo que ocurre en las historias clásicas de
la novela negra, los delincuentes no adquieren casi nunca el papel de
antihéroe. La exacerbación de la violencia acabó con la idealización del
bandido bueno. Todavía pulula por ahí la mitificación de algunos personajes del
crimen organizado benefactores de algunas comunidades, pero sólo como triste
recuerdo nostálgico frente al vuelco que dio el nivel de violencia.
Algunas series televisivas siguen explotando con éxito al
bandido bueno, pero para que sea de ese modo éste debe encarnar una parte de la
justicia que normalmente está ausente en los procedimientos establecidos
oficialmente de la lucha contra el mal. En la serie Dexter, el protagonista es
un investigador forense especializado en el análisis de la distribución de la
sangre en las escenas del crimen y al mismo tiempo un asesino en serie que
“hace justicia” matando a criminales. Un vengador moderno que utiliza el
conocimiento forense para encubrir su personalidad de Jack el destripador.
En Crimen delicioso, análisis sociológico de la novela
negra, Ernest Mandel señala que este fenómeno “responde a una necesidad de
distracción —léase entretenimiento— agudizada por la creciente tensión del
trabajo industrial, la competencia generalizada y la vida citadina”. En las
series de televisión, el espectador atestigua que generalmente los culpables,
los asesinos, los violadores, los defraudadores o cualquier otro delincuente,
pagarán sus culpas, lo cual lejos está de ocurrir en la vida real, donde los
agentes investigadores, como lo vimos recientemente en el aeropuerto de la
ciudad de México, son lo contrario de la integridad y el compromiso con la
justicia y la verdad del entomólogo forense Gil Grissom de la serie CSI, del
detective Jack Malone de Without a trace, del investigador Adrian Monk, del
psíquico Patrick Jane de Mentalist que con su gran capacidad de observación y
conocimiento del ser humano descubre invariablemente al asesino o del agente
especial Seeley Booth, quien en compañía de la antropóloga forense Temperance
Brennan, mejor conocida como “Bones” no dejan títere criminal con cabeza.
¿Cuál es el atractivo que ejercen las series policiacas o
detectivescas? Porque sólo he anotado
unos cuantos nombres, pero son numerosos los títulos de series de este corte:
desde las viejitas como Los intocables, Colombo, Starsky and Hutch, El
Superagente 86, Kojak, Mujer policía, pasando por NYPD, Dragnet, Las calles de
San Francisco, Miami Vice, The Fugitive o Magnum, otras más recientes como The
Wire, Cold Case, Los Soprano, 24, Prison Break, White Collar y Dexter, hasta la
amplia gama de títulos que han nutrido considerablemente los productores Jerry
Bruckheimer y Dick Wolf con franquicias de series exitosas como CSI que tiene
versión Las Vegas, Miami, New York y Los Angeles y Law and Order, la veterana
de las series con 20 temporadas y sus franquicias L&O Special Victims Unit
y L&O Criminal Intent.
Mandel señala que hay una creciente preocupación por el
crimen, la lucha constante entre la vida y la muerte, entre el crimen y el
castigo y “una necesidad objetiva de la
clase burguesa de reconciliar la conciencia del ‘destino biológico’ de la
humanidad, de la violencia de las pasiones, de la inevitabilidad del crimen,
con la defensa y apología del orden social existente”. En muchas ocasiones se
ha anatemizado a la televisión porque hace apología de la violencia y no ha
faltado la tentación de la censura. A pesar de ello, Mandel asegura que “el
criminal produce una impresión en parte moral y en parte trágica, según el
caso, y de este modo realiza un ‘servicio’ al estimular los sentimientos
morales y estéticos del público”.
Hace años los estereotipos clásicos del policía y el
criminal operaban eficientemente, pero a medida que la propia realidad ha
cambiado y han evolucionado los gustos y el consumo de la producción en este
género, las historias y los modelos se han transformado. Hoy la delincuencia no
se sintetiza en el contrabando y la venta de sustancias prohibidas sino que sus
horizontes se han expandido de tal manera que el crimen organizado forma
poderosos sindicatos criminales cuya relación con los representantes de la ley
se ha entremezclado hasta el punto de que resulta complejo discernir la verdad
de las historias.
En las series de tele, las fuerzas policiales no se
presentan prístinas e incorruptibles, sino negociadoras; pueden llegar a
acuerdos con los delincuentes según el beneficio a obtener. Pueden incluso
justificar algunos delitos en nombre de un bien mayor. Los criminales, por su
parte, no necesitan ser antihéroes sino sólo seres humanos de carne y hueso y
pueden llegar a ser incluso simpáticos como Tony Soprano o Dexter, aunque sean
capaces de cometer asesinatos escalofriantes.
Mandel encuentra que las razones por las que la sociedad
capitalista ha escalado a niveles superiores de violencia y crimen son las
mismas que dan sustento a su progreso, por decirlo de algún modo. “El crimen
organizado, más que ser periférico a la sociedad burguesa, surge en virtud de
las mismas fuerzas motivadoras socioeconómicas que gobiernan la acumulación de
capital en general: la propiedad privada, la competencia y la producción
generalizada de artículos de consumo […] el mundo de los ricos es también el
mundo del hampa, en especial desde que los hampones más importantes se han
vuelto más y más ricos en términos relativos, y desde luego cualitativamente
más ricos incluso que el policía más rico o que la enorme masa de políticos”,
al grado de disputar con éstos un lugar en la lista de Forbes.
Como vemos, incurren en un gran equívoco quienes culpan a
los medios de propiciar la violencia. Los relatos policiacos, con su muy larga
tradición, y las numerosas series televisivas con el tema policial, gozan de un
amplísimo público porque la sociedad se reconoce en ellas, porque la violencia,
la delincuencia y el crimen forman parte inherente de la dinámica actual de
nuestras sociedades.
Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias
Sociales de la UPAEP Puebla.
@sanchezdearmas
www.sanchezdearmas.mx
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